En la bella oscuridad de un día…
Esta mañana, decidí cerrar los ojos y no abrirlos hasta notar que ya no quedaba luz de día. Así es, me desperté y me cuestioné algunas cosas, también me pregunté otras y concluí una par de cosas que me llevaron a tomar esa decisión. Al principio fue muy complicado, chocaba con las cosas, me sentía extraño, no tenía ni había caminos marcados, no sabía si cuando caminaba iba hacia adelante o iba hacia atrás, no sabía si me dirigía a mi destino o no. Tomando en cuenta que cuento con un poco de sordera, también me costó mucho comunicarme con las personas, puesto que me ayudo un poco de sus labios. Obviamente, con el pasar de las horas no fue diferente, tropezaba hasta con la más mínima arruga de la alfombra, con la más mínima hormiga cabezona y hasta con los más mínimos granitos de tierra en el cemento de la vereda. No podía caminar tranquilo, no llevaba un bastón blanco o un lazarillo.
En pocos minutos, comencé a recordar lo bello de los colores, sus tonos y matices, sus combinaciones… y pensé en abrir mis ojos, lo iba a hacer, lo estaba haciendo, lentamente comencé a decirme “debes hacerlo Böris, debes hacerlo”, pero sólo alcancé a decírmelo hasta que escuché una voz que me dijo “¿quiere ayuda señor”, era una voz infantil, muy suave y cariñosa, agradable, así como nunca había escuchado, y se oía tan sincera, tan de verdad… así como nunca había escuchado, tal vez nunca me habían sido tan sinceros, sin siquiera estar afirmando o negando algo, de hecho, una pregunta no puede ser no sincera, su pregunta ni siquiera implicaba que él me fuera a brindar su ayuda, simplemente me decía, me preguntaba… él quería saber si yo necesitaba o quería ayuda. Así de simple me detuve en mi triste intento de rendición y así de simple le contesté “me vendría bien una mano”, y de paso elevé una gran sonrisa. El niño me tomó fuertemente la mano y me acompañó por gran parte de la ciudad estrangulándome los dedos, contándome todo lo que había a mi alrededor, contándome lo que la gente susurraba y el cómo la gente me miraba.
Cuando llegamos a la plaza, el pequeño me describió las aves como bellos animalitos con alas y plumas, de colores azules y blancos, me dijo que se llamaban palomas, sonreí, yo lo sabía, pero me agradaba el cómo lo decía. Más adelante me describió como una pareja de ancianos se besaba, se reía él porque le causaba asco, emitía sonidos y todo, me reí mucho en ese momento. Seguimos caminando y llegamos a la calle principal de mi pueblo, hay poco movimiento, pues no vive mucha gente por acá, me preguntó si quería visitar algo en especial, a lo que contesté que me gustaría pasear nada más y escuchar lo que él dice. Y eso hicimos, caminamos, caminamos y el describía lo que veía. La calle que mencioné es como de dos kilómetro, pero aproximadamente un cuarto de ella es “el centro”, lo cual es penoso, pero a mí me agrada, la cosa es que llegamos más o menos a la mitad de la calle y hay un árbol que me encanta, es grande, frondoso, verde y siempre lleno de aves, le pedí al pequeño que me contara que es lo que veía exactamente en ese momento, a lo que él lenta, suave y tímidamente me contestó “ese árbol es como uno de esos peces que salen en el ‘Discovery Channel’, esos que son bien grandes, bellos, pero malignos…”, eso me pareció muy extraño, por ningún motivo alguna vez se me pasó por la mente que ese árbol, ese que me gustaba tanto, fuese malvado, maligno. Luego, me explicó lo siguiente “…lo veo así porque es lindo, atractivo, así llama a su presa, que en este caso con los pajaritos, pero, en lugar de comérselos, se queda con ellos para vanagloriarse de una belleza superior.” Entonces solté una carcajada muy grande y sentí que, a pesar de no ver nada, todo el mundo me miraba en ese momento.
Pasamos un rato parados a la sombra del árbol, pues hacía un calor tremendo, poco soportable, de esos que detesto. Ya era bastante pasado medio día y le pregunté al niño si tenía hambre, si tenía algo que hacer y él me dijo claramente que estaba entretenido con lo que hacía, pero debía volver con su madre. Entonces le pedí que me dejara solo, que ya conociera el camino. Nos despedimos, me abrazó muy fuerte y me deseo un buen regreso a casa. A pesar de eso, mi destino aun estaba lejos de mi hogar, quería seguir caminando a ojos cerrados, quería seguir conociendo esas sensaciones diferentes, quería seguir sólo escuchando, sólo oliendo, sólo disfrutando, sólo caminando a ojos cerrados por la oscura belleza de un día sin motivos aparentes.
Seguí caminando entonces, y llegué a una especie de río que cruza el pueblo, y me senté en una de las bancas que por ahí hay. Habían muchos niños bañándose, mucha agua fluyendo, muy viva, habían perros ladrando y gatos saltando. Me quedé ahí un buen rato, respirando, simplemente respirando y viviendo. Eso hice hasta que se sentó alguien a mi lado, tenía voz de mujer, me imagino que unos treinta años, se oía muy sensual, muy agradable y tenía un acento medio sureño, lo reconocí a la perfección, además, su voz se me hacía muy familiar.
Ella, me preguntó qué hacía, por qué tenía los ojos cerrados, lo que contesté con muchos nervios y muy avergonzado “Estoy jugando a ser ciego, suena mal, pero es un experimento. Quiero saber que se siente vivir así, aunque sea tan sólo por un día, y hasta ahora no me ha ido mal… creo.” Ella se acercó más a mí y me preguntó “¿No has hecho trampa” y luego de eso le conté todo lo ocurrido hasta el momento, y enfaticé en que estuve a punto de abrir los ojos PERO NO LO HICE.
Me levanté, quería caminar y le pedí compañía. Al igual que con el pequeño, no pregunté su nombre. Hablamos de la vida, de sus gustos, de los míos, de su familia de la mía y de todas esas cosas, mientras ella me guiaba tomada de mi brazo. Pasamos por una tienda donde vendían gafas de sol, de esas que no me gustan, que no uso… pero en ese momento yo no lo sabía, ni siquiera sabía dónde estaba, pero ella me dejó afuera un rato, entró a la tienda y al salir me dijo toma y ponte estas en los ojos, me pasó unos lentes de sol en las manos, le dije que no usaba gafas, que no me gustabas, a lo que respondió astutamente “Eres ciego, los ciegos usan gafas, ni siquiera sabes como son, debes usarlas y punto.” Como un tonto sonreí y me las puse. Seguimos caminando, un buen rato, y llegamos a una plaza de juegos, se escuchaban muchos pequeños gritando, cantando, saltando… simplemente jugando como pequeños niños que son. Sentí que me miraban, dimos unos pasos y ella me sentó en un columpio y al parecer se sentó al lado mío en otro. Nos balanceamos y seguimos conversando, ella no describía nada, sólo hablaba y me agradaba escucharla. Pero hubo un momento en que guardó silencio, sentí como si ella ya no estuviera a mi lado y pregunté “¿dónde estás” y siento en mis labios un suave roce de algo muy cálido, suave y sabor a frutilla, sonreí y me eché para atrás, sólo quería abrir los ojos y deduje que lo hizo con esa intención, no abrí los ojos aunque era lo único que quería hacer. También, quise preguntar su nombre, mas no lo hice, le dije que camináramos porque me dolía el trasero y ella se rió de aquello. Le pregunté la hora, porque noté que estaba oscuro, le dije que me dejara en mi casa si era posible. Ella me dijo “Son las siete y algo de la tarde, aun te queda sol, pero… caminemos lentito hacia tu hogar.” Asentí con la cabeza y ella tomó mi mano, asustado la solté inmediatamente y le pedí que mejor tomara mis músculos, en tono de broma claro, soltó una leve risa, muy suavecita y tomó mi brazo. Caminamos unos pasos solamente y luego me agarró el pantalón alguien, me asusté mucho, pues me encontró por sorpresa, me dijo esa persona “¿caballero, cómo le va” y sonreí, era el niño de la mañana y me deseó buen día nuevamente y corrió ella sonrió también, soltó mi brazo y me dijo “te quiero”, desapareció en ese momento. Nuevamente quise abrir los ojos, pero pensé que aun podía estar a mi lado.
Simplemente caminé nuevamente, sólo un ratito hasta que no sentí luz natural en mis ojos y los abrí, me fui a mi hogar y pensé algunas cosas, tal vez encontré las respuestas que necesitaba y tal vez llegué a las conclusiones que pensé que llegaría… tal vez nada pasó por mi mente y sólo dormí.
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